Monday, January 04, 2016

¿Cuándo se termina una ausencia?

Hoy quería compartir una idea que, en realidad, debió ser dicha a una persona en particular, pero, como no me atreví, decidí hacerlo por acá. 
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero también dicen que la distancia es el olvido. Diré que la distancia es una capa de hielo, que cristaliza todas las emociones.. pero nada te garantiza que, cuando esa capa se derrita, no volverás a sentir el vendaval de emociones que antes de partir.


Yo sólo vine a decirte que tu ausencia me dolió.
Me dolieron estos años, me dolió tu escondite, me dolió la distancia.
Me dolieron tus reproches, me dolieron tus incomprensiones.
Me dolió tu memoria, ésa que me recordó que me fui de golpe,
ésa que me dijo que no se puede tan sólo volver, 
que la distancia se cobra
que el precio es alto
que debe vivirse penitente
hasta que decidas perdonarme...
Y mientras, me castigas.
Me castigas si me dices que eres feliz cuando desapareces
Y, aunque en esos breves momentos de comunión, pareciera que somos todo, todo cuanto quisiera...son sólo pequeños intersticios en los que el tiempo pareciera congelarse y luego volar.
Quiero decirte que tu ausencia todavía me duele.
Ahora me duele porque tengo que decirte: el tiempo no se recupera, el amor que no se tuvo ya no puede tenerse.
Sólo se puede una sacudir el polvo, enjugarse los ojos...
Y seguir adelante..
Hasta que la ausencia no te duela.



Pareciera que el corazón necesita vivir la intensidad, necesita esa electricidad de vez en cuando, pero también pareciera que, a veces, esa misma energía tiene que ver con un impulso que no hemos logrado concretar y, a veces también, tiene más que ver con una idea que hemos formado en nuestra cabeza respecto de ese otro que nos inspira, que de su efectiva disposición.
No sé cómo terminar esta reflexión, por que el propio proceso sigue aún en desarrollo...

Monday, December 09, 2013

Reflexiones no-sincrónicas en el día del padre (o sea, a destiempo)

Y es a destiempo porque la recuperé hoy y quise revivirla, pensando en que es una reflexión atemporal y que a mí me viene a la mente cada cierto tiempo..  Como sea, es libre de leer, estar o no de acuerdo, criticar y comentar, si quiere.
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A propósito de la celebración del día del padre, diría que la paternidad no es una obligación, sino un estado. A veces un poco al azar y sin planificación.. y a veces buscado con afán. A veces es una contingencia, a veces una decisión. Por eso quizá dicen que " padre no es el que engendra, sino el que cría".. y quizá es cierto. Padre es ése que se preocupa (aunque a veces percibas que es en demasía) cuando estás en aprietos.. padre es ése que estuvo siempre aunque no lo llamaste nunca.. padre es el que sacrifica su bienestar personal incluso, para que estés bien.. Padre no es necesariamente el que te traspasó sus genes ni su inteligencia, pero sí el que se aseguró que esa inteligencia se desplegara en su máximo potencial.

Hay quienes, por esas cosas de la vida, tienen más de un padre a lo largo de su vida.. veo la oportunidad en eso, de recoger lo mejor de cada uno... porque cada persona que conocemos nos deja algo, sobre todo si ocupó uno de los lugares más importantes en tu vida.. 

Tuve la posibilidad de tener, personalmente, más de un "padre" a lo largo de mi vida, específicamente dos... y de esos dos rescato lo mejor. Pienso que no sería quien estoy en vías de ser y no estaría en el lugar en que estoy (que es justo donde quiero estar ahora) sin la ayuda de estas personas.. uno dándome infinitas libertades y otro, enseñándome que esa libertad conlleva responsabilidades que debo estar preparada para asumir.

Les deseo felicidad a los padres (más allá del regalo tecnológico o la ropa, los clásicos), porque nos dan lo mejor que está a su alcance... y si el tuyo no está cerca, sea por las razones que sea, mira a tu alrededor, para encontrarte con quien ha sido tu padre y abrázalo, porque ha estado ahí y ha contribuido a lo que hoy eres. Y si tu padre es de ésos que "no está", quizá es momento de reconciliarte con la idea de que no es tu culpa, y quizá tampoco la de él.. recuerda que las lealtades  y los mandatos familiares pueden también romperse o ponerse "entre paréntesis", para ayudarnos a lidiar con esa angustia que nos sugiere la sola idea de la separación primaria... y de que aquello no nos conflictúe en el continuo de nuestras vidas.

Y no podría dejar de señalar, por supuesto, a los amigos que han emprendido o están por emprender este camino, que son los "punta de lanza" en una etapa en la algunos iremos entrando con el paso de los años... felicidades y paciencia en la tarea, porque serán quienes nos guíen a nosotros en esa etapa dulce y caótica, de la que después podre

Reflexiones no-sincrónicas II: Sobre el día Internacional de la Mujer

De nuevo comparto a des-tiempo. Tal vez porque, cuando las escribí, fue un impulso, todo, como una exhalación. Ahora, que lo he meditado más... sigo pensando que tiene sentido. Así que ahí va.
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Hoy no es un día para celebrar. Es un día para recordar, para conmemorar, para reflexionar. ¿Sobre qué? Sobre las mujeres que, luchando por mejoras en la calidad de sus vidas y sus trabajos, fueron oprimidas.. y murieron en esa batalla.
Sobre la forma en que hombres y mujeres miramos nuestro desarrollo, como país, como familias, como personas. 
Sobre cómo salvamos la brecha de género en cuestiones públicas, como el intento por igualar remuneraciones, pero en algunas cuestiones privadas seguimos perpetuando las diferencias (no sé cuántas veces me han preguntado cuándo voy a tener un hijo, porque ésa sería la concreción de la plenitud de la mujer!).
Sobre cómo avalamos (nosotras mismas, por Dios!) que a dos mujeres que buscarán ser la líder política de nuestro país se les denoste por su apariencia física y su carácter (dos características que, en un hombre, no tendrían absolutamente ninguna trascendencia).
Sobre cómo proyectamos nuestro futuro no delante de un hombre, no detrás de él, sino hombro con hombro.
Quiero ser librepensante, quiero decidir sobre mi propio destino, quiero transitar por la vía de los derechos, aunque tenga que luchar por ellos.

Un abrazo a todas quienes deciden uno u otro camino, pero conscientes de que existen múltiples opciones y que pueden (y deben) luchar por ellas (Por ahí dicen: "estoy en desacuerdo con tus ideas, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas").

Y un agradecimiento especial a las mujeres de mi vida: a quien me la regaló, a quienes salieron del mismo vientre y hoy comparten mis días a quienes han ayudado a construirla y a quienes vendrán en el futuro. Para ellas, especialmente, mi cariño y admiración.

(no quiero decir "felicidades", porque nadie puede estar feliz de que otras mueran para tener que ser reconocidas).

Monday, November 11, 2013

Corazón sin coraza.

Mi corazón.

Es mi corazón el que duele.

Es que se trizó la cobertura.

Es que le duelen las astillas
que se quedaron incrustadas
en lo profundo
después de los años.

Es que aunque se fortalecía la coraza
el interior seguía tierno
seguía puro
seguía indemne.

Pero fue una pequeña trizadura
una sola bastó

Quebrado.

Mi corazón está quebrado.

Saturday, August 24, 2013

De Elicura Chihuaylaf.

TVFACHI MAPU MEW MOGELEY WAGLEN
Tvfachi mapu mew mogeley waglen
Tvfachi Kallfv Wenu mew vlkantukey ta ko pu rakizwam
Zoy fvtra kamapu ta ñi mvlen ta tromv
tripalu ko mew ka pvlli mew
pewmakeiñmu tayiñ pu Fvchakecheyem
Apon Kvyen fey ta ñi Pvllv –pigekey
Ñi negvmkvlechi piwke fewla Ñvkvfvy.
EN ESTE SUELO HABITAN LAS ESTRELLAS 
En este suelo habitan las estrellas
En este cielo canta el agua de la imaginación
Más allá de las nubes que surgen
de estas aguas y estos suelos
nos sueñan los Antepasados
Su Espíritu –dicen- es la Luna Llena
El Silencio: su corazón que late.

Thursday, August 08, 2013

Al final de este viaje

Y bueno, así como he compartido aquello que escribí al inicio de mi proceso de formación como terapeuta familiar (a ese proceso hace alusión el escrito), también entrego lo que hice al finalizar mi proceso.


¿Cambios, evoluciones, retrocesos? 
Hay de todo eso
pero
lo mejor..
es que recién comienza.
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Estaba leyendo, hace unos días atrás, el ensayo que escribí durante el primer año de este Postítulo y, por supuesto, reconocía mi redacción, mi escritura, mi forma de mezclar los ejemplos de la vida cotidiana con el requerimiento académico que dicha tarea tenía (esa es mi forma de canalizar esa mala costumbre de irme “por las ramas” frente a los temas, porque soy muy, muy buena para divagar), pero pensaba… “pareciera que fue la semana pasada que escribí todo esto, se me ha hecho tan corto”

Pero no.  

La verdad es que no fue la semana pasada. Fue exactamente a finales del 2010, cuando me pidieron que escribiera sobre mi estilo personal como terapeuta. Siento que ha pasado tanta agua bajo este puente que quizás muchas de las cosas que escribí ya no sean las que más me representan. Me cambié de trabajo, a uno donde realmente tengo la libertad de volar con mis propias alas, donde pude aportar a un modelo de trabajo en equipo… y donde los conocimientos adquiridos (masticados una y otra vez, por cierto) han tenido una importancia hasta ahora desconocida para mí.

Cuando estaba en el pregrado y, durante los primeros años del ejercicio profesional, me sentía insegura respecto de mis habilidades en el campo clínico. Debe ser porque siempre fui reforzada respecto a mis habilidades en otras áreas pero nunca en ésta. Y me creí ese cuento.
Pero así y todo, decidí partir con este desafío. Quizás, precisamente, porque era el área en que me sentía más desnuda.

Partí temerosa. Y me encontré con algunos con mucha más experiencia que yo y una actitud mucho más decidida. Al principio, eso me asustó, porque pensé que un postítulo no podía entregar eso… la seguridad. Debo confesar que durante mucho tiempo me seguí sintiendo así, principalmente porque sentía que no encajaba, por alguna razón que no llegaba a entender… me sentía muy extraña en ese grupo tan diverso y llamativo.

“¿Por qué no hice el diplomado de comportamiento organizacional? ¿Por qué no el Magíster en Psicología Social?” ambos me fueron ofrecidos y partían en la misma fecha. ¿Por qué no ésos, si eran áreas en que me desenvolvía con mucha más soltura y determinación?
Me lo preguntaba incluso una vez dentro del programa. A ratos me asaltaba la pregunta, sobre si esto era realmente lo que quería.
Hasta que, cuando tuve que escribir el ensayo, al final del primer año, entendí por qué estaba metida en esto.
Porque, en parte, mi historia estaba implicada en esto.
Una historia que no viene al caso contar porque, probablemente todos tendrán una, quizás mejor, quizás más entretenida, más llamativa… y porque, en general, no suelo hablar de mi vida privada. Pero creo que será suficiente si digo que poco a poco y, una a una, las situaciones comenzaron a resonar en mi cabeza y encontraron una cuerda que tocar.

Senti que cosas curiosas pasaron… cuando entré a formarme con ustedes, sentía que muchas cosas en mi vida estaban resueltas: tenía un buen trabajo, una relación estable y proyecciones. Pero poco a poco, esta estructura comenzó a desarmarse… uno por uno, los pilares comenzaron a caerse y me dejaron desnuda, frente a mí misma y teniéndome sólo a mí.
Me sentía como una guitarra descuadrada, sin brillo, desafinada, difícil de pulsar. Imposible de armonizar.

(Fue en esa época en que se me apagó la voz, además).

Allí fue cuando supe por qué estaba aquí.
Era el momento.
Y fue cuando decidí comenzar a romper con lo que quedaba de esa antigua “yo”: renuncié a mi “buen” trabajo, terminé mi relación “estable” y comencé a explorar esta vida que, dentro de mi estructura, no podía ver. Esa vida hermosa que se abría ante mis ojos.

(Gracias a todos quienes me alentaron a desordenarme.  En este grupo hubo varios que ayudaron, a ellos, especialmente, muchas gracias).

Todo partió cuando comencé a escribir el ensayo.
Han sido dos años de eso.

Y ahora, que las cosas ya no son “un ensayo”, y que pasó mucha más agua bajo el puente, siento que nuevamente estoy calibrándome, poco a poco, comenzando a dar notas más dulces, más sintonizada conmigo misma.

Incluso, escribo más la palabra “siento” que “creo” o “pienso” (siempre quise cambiar eso).

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Siempre supe que si quería estudiar algo, al salir de la Universidad, tenía que ser algo que no fuera sólo un programa académico, sino algo que cambiara mi vida y me permitiera hacer cosas importantes. Importantes para mí  y para quienes me rodearan.
Y siento que no me equivoqué.
Decidí bien.
Es cierto, no todos los profesores fueron de mi gusto, no siempre me llevé bien con todos (y aquí es donde debo asumir todo lo que me corresponde por los episodios que pudieran no haber sido tan agradables), muchas veces estudiar se me hizo insostenible, muchas veces coincidió con mi trabajo, con cumpleaños, con bautizos, nacimientos, viajes… y en todas esas oportunidades, pensaba: “¡A mí se me ocurre ponerme a estudiar!”…

Y ahora pienso en eso, y me da un poco de risa.
Porque pienso que una de las cosas que aprendí en este proceso fue, precisamente, que no todo era tan grave como yo pensaba.

Si tuviera que listar las cosas que aprendí no podría, pero tengo un par de frases que quizá intentan resumir:

-   No todo es lo que parece
-   Siempre tendré que chequear aquello que sospecho
-   “Esto habrá sucedido una vez… ¿o es algo que se repite en distintos momentos?”
-   “¡No soltar el foco!”

Pero lo que aprendí y que quizá es lo más importante, al menos para mí… es que, no importa la mirada que elija, ni la forma de trabajar que tenga… la familia es la palabra clave. Sea cual sea, en cualquiera de sus formas, colores y matices.
LA FAMILIA.
Las que estudiamos, las que conocemos.
En la que nacemos.
La que formamos (o formaremos).

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“Al final del viaje está el horizonte,
al final del viaje partiremos de nuevo,
al final del viaje comienza un camino,
otro buen camino que seguir
descalzos contando la arena…”
S. Rodríguez.-

El inicio del camino... lleno de nombres

Hace varios años, casi 4 para ser más precisa, decidí iniciar un camino diferente como profesional: el camino de la Terapia familiar. En ese espacio, escribí  esto, como parte de mi proceso de formación (por lo mismo,  no está intervenido desde su redacción y podrá encontrar las citas de las cuales extraje la información, muy pedagógicamente, jeje). Quise compartirlo ahora, que me encuentro finalizando mi proceso, para hacer un recuento de este fragmento de mi historia.

Aquí, las divagaciones de esa oportunidad.


Antofagasta, 15 de Diciembre de 2010.-

Cuando comencé a pensar en este ensayo, antes siquiera de comenzar a escribir estas líneas, lo primero que hice fue pensar en qué cosas quería yo entregar como terapeuta a quienes recurrieran a mí, pero esto me hizo retroceder hacia otra dirección: ¿Qué es lo que entendía como familia, qué cosas me parecían esenciales y en qué me fijaría para hablar de terapia familiar?

Lo primero es lo primero: provengo de una familia particular. Para empezar, mis padres se separaron cuando tenía yo 5 años, siendo hija única. Ellos provenían de dos familias bastante diferentes, donde la familia de mi madre siempre fue bastante “aglutinada” y no existía realmente la privacidad ni la posibilidad de establecer muchos límites; en cambio, en la familia de mi padre sucedía lo opuesto: cada pequeña familia del clan era un universo independiente, que se constelaba con los otros en las ocasiones ilustres, como el cumpleaños del patriarca o las fiestas de fin de año. Así, nos encontrábamos en encrucijadas importantes llegadas las mentadas fechas, dado que las familias de origen de mi padre y de mi madre nos querían allí con ellos. Luego, al separarse, me tocó acomodarme a estas dos lógicas cada vez que viajaba a verlos: una familia extremadamente aglutinada y con límites permeables y otra con límites rígidos, pero desligada en lo cotidiano.

En ese contexto y, al crecer, me fui dando cuenta de que las “familias” tenían muchas formas y no sólo aquella que me habían mostrado históricamente, por ejemplo, en el caso de las mías, sucedían varias cosas: por una parte, las lealtades dentro de mi familia han tenido un impacto sumamente importante, al punto de que muchos secretos no han sido nunca hablados en una mesa, ya que existe el grupo de los “adultos” y el grupo de los “pequeños” (que actualmente están en la adolescencia). Daré un ejemplo: mencioné ya que soy hija única, pero tengo  dos primas menores que son como mis hermanas. Cuando las  tres debíamos cursar la educación superior, habían muchas expectativas (y bastante claras) respecto a qué tipo de profesionales debíamos ser: abogada, médico y kinesióloga. E hicieron todo el esfuerzo porque nosotras también quisiéramos. De más está decir que yo no cumplí el primer mandato, lo cual generó rencillas en mi familia materna durante muchos años. Cuando la segunda de nosotras estaba por entrar a la universidad, resultó que ella no quería ser médico, sino obstetra. Fui culpada de su “traición”, dado que, como ya había yo desobedecido el mandato familiar, no podía ser otra quien instruyera a la siguiente… esto resultó en una larga disputa, de muchos años, hasta que comenzaran a respetar lo que hoy somos  y hacemos. (De paso, diré que la tercera también desobedeció… hoy es profesora). Desde esa época es que somos muy unidas, más incluso que antes. Wynne (en Boszormeyi-Nagy y Spark, 1983) definió la alineación como “la percepción o experiencia de dos o más personas unidas en un esfuerzo, interés, actitud o serie de valores comunes, y que, en ese sector de su experiencia, alientan sentimientos positivos una hacia la otra”[1]. Esto, como lo que sucede en mi familia, le sucede en bastantes casos de familias que he tenido la oportunidad de conocer. Episodios (y, por cierto, integrantes) en la historia de estas familias han transgredido el código normativo de las mismas y han generado múltiples problemáticas, relacionadas con la frustración.
Ése fue mi primer foco al pensar en un espacio familiar.

Comenté recién que creía que en las familias sucedían varias cosas. La primera la he nombrado aludiendo a mi propia historia. El segundo elemento llegó con mi ex-pareja. Él, al igual que mi madre, proviene de una familia muy aglutinada, donde el desmarcarse de los límites impuestos por los “mayores” tiene altas penas, como el silencio o la culpabilización. Pero en el caso de él, a diferencia del mío, los códigos se hicieron explícitos y tan serio fue esto que, durante la última mitad de nuestra relación, mostró serios problemas para comprometerse conmigo, no sólo a nivel emocional sino también de proyección en el tiempo. A propósito de eso, Boszormeyi-Nagy y Spark escriben “Muchas personas casadas descubren su incapacidad para forjar vínculos de lealtad con sus cónyuges sólo después que ha desaparecido la atracción sexual. Quizá se requiera el tratamiento de toda la familia para enfrentar en plenitud el grado de compromisos invisibles que siguen manteniendo hacia sus familias de origen”[2]. Descubrir esto me llevó a pensar si es que este tipo de conductas se habrían producido antes en esta familia, por lo que indagué. Y sí, habían ocurrido. La madre de mi ex – pareja se hace cargo económicamente de su hermano, su madre e incluso de un hermanastro, viviendo todos en la misma casa, porque se siente completamente responsable de ellos, aun cuando, en su juventud, no recibió ella ese trato. Cuando lo vi, no pude evitar pensar en Andolfi y en el caso de “Lisa”[3], aquella mujer que, en medio de una red intergeneracional, demandaba el afecto de su hija, el que no había encontrado en la relación con su madre.
Ése fue el segundo elemento.

Sentí que estas dos cosas, que tanto marcaron mi vida, formaron parte de la motivación por estudiar la Terapia Familiar, por lo que, mis objetivos al abordar la terapia debían tener al menos algo que ver con ellos, es decir, sobre cómo llegar a esos elementos tan incidentes en la historia evolutiva de las familias. Por una parte, conocer el rol de los méritos y las culpas dentro del sistema familiar y cómo eso condiciona la forma en que seguimos generando nuevos sistemas relacionales, además de cómo las lealtades que sostenemos en el tiempo, ya sean verticales u horizontales, inciden en nuestra vida. Por otra parte, conocer e intentar comprender como una red intergeneracional puede dejar “atrapados” a sus miembros.  En los casos que he tenido la oportunidad de conocer, un gran problema que las familias refieren están asociado al compromiso y la incapacidad referida de cortar con lazos de pertenencia a la familia de origen.
¿La intervención? orientada a la diferenciación del sí mismo, para promover las uniones saludables, dado que, como refiere Withaker y Keith[4] “no es posible unirse en forma más satisfactoria si primero uno no se ha separado de un esquema de relación en el que cada uno de los participantes  no está en condiciones de reconocer su propio espacio personal”.  

En otro punto de la reflexión, comencé a pensar en cuáles serían los enfoques que más sentido hicieron en mí durante este primer año de estudio. Lo discutí con algunos de mis colegas y también con algunos de mis compañeros. Con todos ellos pude encontrar puntos de confluencia con respecto a las preferencias. Y aunque todos los enfoques tienen al menos algún elemento que me pareció destacable, luego de mucho pensar, decidí que los enfoques que más cosas movilizaron en mí y que más han servido en mi experiencia desde que los conocí fueron el Estructural, el de la Escuela De Roma y el Transgeneracional. Ya he tocado algunos de sus puntos cuando describí por qué quería estudiar Terapia Familiar, pero quisiera centrarme en algunas técnicas que he tenido la posibilidad de utilizar tanto en mi trabajo institucional (que es al que más horas dedico en la semana) como en la práctica privada. Estas técnicas vinieron desde el enfoque Estructural, más concretamente de Salvador Minuchin y de su Enfoque de cuatro pasos para el trabajo con familias[5]: me resulta interesante la posibilidad de transformar un problema que es presentado como individual en uno familiar, lo que abre múltiples posibilidades de intervención, hasta que el síntoma pierda su toxicidad. Por otra parte, la posibilidad de indagar en las conductas que mantienen el problema del paciente índice dentro de la familia sin generar resistencia dentro del sistema familiar es todo un arte. Minuchin emplea técnicas realmente notables, como unas que pude registrar desde una consultoría realizada por él, en la que convoca a los hombres de una familia a colaborar con su madre, que es la que se lleva todo el peso de las labores domésticas y de contención emocional, diciendo algo así: “¿Cómo ayudamos a esta madre a que, en vez de ser una santa, sea una reina?” o cuando les señala a los padres lo que podría suceder si las conductas se mantienen refiriéndose al “peligro de ser como tú: una mujer abnegada, madre de gran corazón”. En un momento, toma algunos elementos del pasado de la familia, para aportar al entendimiento de la situación en la que se encuentran ahora, uniendo algunas pautas transgeneracionales, que la familia puede ver en ese momento. Y finalmente, colabora con la familia para buscar soluciones alternativas. En este sentido, su principal aporte, desde mi punto de vista, tiene que ver con la provocación y el cuestionamiento de las estructuras, síntomas y creencias que la familia trae a terapia.
  
Me interesa relevar, finalmente, un aspecto sumamente importante en la Terapia, ya sea individual, de pareja o familiar: es imposible olvidar las particularidades de las familias con las que trabajamos en esta región: familias donde el padre pasa mucho tiempo fuera del hogar y la madre es quien debe asumir completamente los roles de contención emocional y de organización del hogar. Esto implica también el establecimiento de normas, límites y del rol que cada uno de los miembros de la familia tiene dentro de ella. Esto supone una complicación cuando el integrante que “vuelve” intenta modificar esta estructura, basado en la autoridad que su rol nominal le da dentro de la familia, pero que está desvalorizado en la escala funcional que la familia ha desarrollado (generalmente, basada en lo cotidiano). Éste es uno de los principales problemas que las familias vinculadas al sistema minero presentan. Tener esto en cuenta,  resulta de gran ayuda en tanto se pone atención a un elemento contextual (y económico, por cierto) que define a estas familias.

Lo anterior, sumado a lo que he expuesto a lo largo de esta divagación, pretende ser, a lo menos, un inicio del enfoque que pretendo establecer en Terapia y que pienso enriquecer en la medida en que la experiencia requiera la intervención de distintos modelos y técnicas que son, según he presentado, una especie de reflejo de mi propia historia y de mis motivaciones para iniciar este camino de la mano de la Terapia Familiar.



[1] Boszormeyi-Nagy, Spark. Lealtades Invisibles. (pág. 55). Amorrortu, 1983.

[2] Boszormeyi-Nagy, Spark. Lealtades Invisibles. (pág. 67). Amorrortu, 1983.
[3] Andolfi, M.,  Angelo, C. Tiempo y mito en psicoterapia familiar. Cap. 2 Triángulos y redes intergeneracionales (pág. 41). Edit. Paidós. 1989.
[4] Andolfi, M.,  Angelo, C. Tiempo y mito en psicoterapia familiar. Cap. 2 Triángulos y redes intergeneracionales (pág. 45). Edit. Paidós. 1989
[5] Extraído de Minuchin, S., Nichols, P. y Lee, W. Assesing families and couples. Cap. 1 Introduction: a four-step model for assessing families and couples. Edit. Pearson.