¿Cambios, evoluciones, retrocesos?
Hay de todo eso
pero
lo mejor..
es que recién comienza.
_____________________________________________________
Estaba leyendo, hace unos días atrás, el ensayo que
escribí durante el primer año de este Postítulo y, por supuesto, reconocía mi
redacción, mi escritura, mi forma de mezclar los ejemplos de la vida cotidiana
con el requerimiento académico que dicha tarea tenía (esa es mi forma de
canalizar esa mala costumbre de irme “por
las ramas” frente a los temas, porque soy muy, muy buena para divagar),
pero pensaba… “pareciera que fue la
semana pasada que escribí todo esto, se me ha hecho tan corto”…
Pero no.
La verdad es que no fue la semana pasada. Fue exactamente a finales del 2010, cuando me pidieron que escribiera sobre mi estilo personal como terapeuta. Siento que ha pasado tanta agua bajo este puente que quizás muchas de las cosas que escribí ya no sean las que más me representan. Me cambié de trabajo, a uno donde realmente tengo la libertad de volar con mis propias alas, donde pude aportar a un modelo de trabajo en equipo… y donde los conocimientos adquiridos (masticados una y otra vez, por cierto) han tenido una importancia hasta ahora desconocida para mí.
Cuando estaba en el pregrado y, durante los primeros años del ejercicio profesional, me sentía insegura respecto de mis habilidades en el campo clínico. Debe ser porque siempre fui reforzada respecto a mis habilidades en otras áreas pero nunca en ésta. Y me creí ese cuento.
Pero así y todo, decidí partir con este desafío. Quizás,
precisamente, porque era el área en que me sentía más desnuda.
Partí temerosa. Y me encontré con algunos con mucha más experiencia que yo y una actitud mucho más decidida. Al principio, eso me asustó, porque pensé que un postítulo no podía entregar eso… la seguridad. Debo confesar que durante mucho tiempo me seguí sintiendo así, principalmente porque sentía que no encajaba, por alguna razón que no llegaba a entender… me sentía muy extraña en ese grupo tan diverso y llamativo.
“¿Por qué no hice el diplomado de comportamiento organizacional? ¿Por qué no el Magíster en Psicología Social?” ambos me fueron ofrecidos y partían en la misma fecha. ¿Por qué no ésos, si eran áreas en que me desenvolvía con mucha más soltura y determinación?
Me lo preguntaba incluso una vez dentro del programa. A
ratos me asaltaba la pregunta, sobre si esto era realmente lo que quería.
Hasta que, cuando tuve que escribir el ensayo, al final
del primer año, entendí por qué estaba metida en esto.
Porque, en parte, mi historia estaba implicada en esto.
Una historia que no viene al caso contar porque,
probablemente todos tendrán una, quizás mejor, quizás más entretenida, más
llamativa… y porque, en general, no suelo hablar de mi vida privada. Pero creo
que será suficiente si digo que poco a poco y, una a una, las situaciones
comenzaron a resonar en mi cabeza y encontraron una cuerda que tocar.
Senti que cosas curiosas pasaron… cuando entré a formarme con ustedes, sentía que muchas cosas en mi vida estaban resueltas: tenía un buen trabajo, una relación estable y proyecciones. Pero poco a poco, esta estructura comenzó a desarmarse… uno por uno, los pilares comenzaron a caerse y me dejaron desnuda, frente a mí misma y teniéndome sólo a mí.
Me sentía como una guitarra descuadrada, sin brillo,
desafinada, difícil de pulsar. Imposible de armonizar.
(Fue en esa época en que se me apagó la voz, además).
Allí fue cuando supe por qué estaba aquí.
Era el momento.
Y fue cuando decidí comenzar a romper con lo que quedaba
de esa antigua “yo”: renuncié a mi “buen” trabajo, terminé mi relación
“estable” y comencé a explorar esta vida que, dentro de mi estructura, no podía
ver. Esa vida hermosa que se abría ante mis ojos.
(Gracias a todos quienes me alentaron a desordenarme. En este grupo hubo varios que ayudaron, a
ellos, especialmente, muchas gracias).
Todo partió cuando comencé a escribir el ensayo.
Han sido dos años de eso.
Y ahora, que las cosas ya no son “un ensayo”, y que pasó mucha más agua bajo el puente, siento que
nuevamente estoy calibrándome, poco a poco, comenzando a dar notas más dulces,
más sintonizada conmigo misma.
Incluso, escribo más la palabra “siento” que “creo” o “pienso” (siempre quise cambiar eso).

Siempre supe que si quería estudiar algo, al salir de la
Universidad, tenía que ser algo que no fuera sólo un programa académico, sino
algo que cambiara mi vida y me permitiera hacer cosas importantes. Importantes
para mí y para quienes me rodearan.
Y siento que no me equivoqué.
Decidí bien.
Es cierto, no todos los profesores fueron de mi gusto,
no siempre me llevé bien con todos (y aquí es donde debo asumir todo lo que me
corresponde por los episodios que pudieran no haber sido tan agradables),
muchas veces estudiar se me hizo insostenible, muchas veces coincidió con mi
trabajo, con cumpleaños, con bautizos, nacimientos, viajes… y en todas esas
oportunidades, pensaba: “¡A mí se me
ocurre ponerme a estudiar!”…
Y ahora pienso en eso, y me da un poco de risa.
Porque pienso que una de las cosas que aprendí en este
proceso fue, precisamente, que no todo era tan grave como yo pensaba.
Si tuviera que listar las cosas que aprendí no podría,
pero tengo un par de frases que quizá intentan resumir:
- No todo es lo que
parece
- Siempre tendré que
chequear aquello que sospecho
- “Esto habrá sucedido
una vez… ¿o es algo que se repite en distintos momentos?”
- “¡No soltar el foco!”
Pero lo que aprendí y
que quizá es lo más importante, al menos para mí… es que, no importa la mirada
que elija, ni la forma de trabajar que tenga… la familia es la palabra clave.
Sea cual sea, en cualquiera de sus formas, colores y matices.
LA FAMILIA.
Las que estudiamos, las que conocemos.
En la que nacemos.
La que formamos (o formaremos).

“Al final del viaje
está el horizonte,
al final del viaje
partiremos de nuevo,
al final del viaje
comienza un camino,
otro buen camino que
seguir
descalzos contando la
arena…”
S. Rodríguez.-
No comments:
Post a Comment