Saturday, August 24, 2013

De Elicura Chihuaylaf.

TVFACHI MAPU MEW MOGELEY WAGLEN
Tvfachi mapu mew mogeley waglen
Tvfachi Kallfv Wenu mew vlkantukey ta ko pu rakizwam
Zoy fvtra kamapu ta ñi mvlen ta tromv
tripalu ko mew ka pvlli mew
pewmakeiñmu tayiñ pu Fvchakecheyem
Apon Kvyen fey ta ñi Pvllv –pigekey
Ñi negvmkvlechi piwke fewla Ñvkvfvy.
EN ESTE SUELO HABITAN LAS ESTRELLAS 
En este suelo habitan las estrellas
En este cielo canta el agua de la imaginación
Más allá de las nubes que surgen
de estas aguas y estos suelos
nos sueñan los Antepasados
Su Espíritu –dicen- es la Luna Llena
El Silencio: su corazón que late.

Thursday, August 08, 2013

Al final de este viaje

Y bueno, así como he compartido aquello que escribí al inicio de mi proceso de formación como terapeuta familiar (a ese proceso hace alusión el escrito), también entrego lo que hice al finalizar mi proceso.


¿Cambios, evoluciones, retrocesos? 
Hay de todo eso
pero
lo mejor..
es que recién comienza.
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Estaba leyendo, hace unos días atrás, el ensayo que escribí durante el primer año de este Postítulo y, por supuesto, reconocía mi redacción, mi escritura, mi forma de mezclar los ejemplos de la vida cotidiana con el requerimiento académico que dicha tarea tenía (esa es mi forma de canalizar esa mala costumbre de irme “por las ramas” frente a los temas, porque soy muy, muy buena para divagar), pero pensaba… “pareciera que fue la semana pasada que escribí todo esto, se me ha hecho tan corto”

Pero no.  

La verdad es que no fue la semana pasada. Fue exactamente a finales del 2010, cuando me pidieron que escribiera sobre mi estilo personal como terapeuta. Siento que ha pasado tanta agua bajo este puente que quizás muchas de las cosas que escribí ya no sean las que más me representan. Me cambié de trabajo, a uno donde realmente tengo la libertad de volar con mis propias alas, donde pude aportar a un modelo de trabajo en equipo… y donde los conocimientos adquiridos (masticados una y otra vez, por cierto) han tenido una importancia hasta ahora desconocida para mí.

Cuando estaba en el pregrado y, durante los primeros años del ejercicio profesional, me sentía insegura respecto de mis habilidades en el campo clínico. Debe ser porque siempre fui reforzada respecto a mis habilidades en otras áreas pero nunca en ésta. Y me creí ese cuento.
Pero así y todo, decidí partir con este desafío. Quizás, precisamente, porque era el área en que me sentía más desnuda.

Partí temerosa. Y me encontré con algunos con mucha más experiencia que yo y una actitud mucho más decidida. Al principio, eso me asustó, porque pensé que un postítulo no podía entregar eso… la seguridad. Debo confesar que durante mucho tiempo me seguí sintiendo así, principalmente porque sentía que no encajaba, por alguna razón que no llegaba a entender… me sentía muy extraña en ese grupo tan diverso y llamativo.

“¿Por qué no hice el diplomado de comportamiento organizacional? ¿Por qué no el Magíster en Psicología Social?” ambos me fueron ofrecidos y partían en la misma fecha. ¿Por qué no ésos, si eran áreas en que me desenvolvía con mucha más soltura y determinación?
Me lo preguntaba incluso una vez dentro del programa. A ratos me asaltaba la pregunta, sobre si esto era realmente lo que quería.
Hasta que, cuando tuve que escribir el ensayo, al final del primer año, entendí por qué estaba metida en esto.
Porque, en parte, mi historia estaba implicada en esto.
Una historia que no viene al caso contar porque, probablemente todos tendrán una, quizás mejor, quizás más entretenida, más llamativa… y porque, en general, no suelo hablar de mi vida privada. Pero creo que será suficiente si digo que poco a poco y, una a una, las situaciones comenzaron a resonar en mi cabeza y encontraron una cuerda que tocar.

Senti que cosas curiosas pasaron… cuando entré a formarme con ustedes, sentía que muchas cosas en mi vida estaban resueltas: tenía un buen trabajo, una relación estable y proyecciones. Pero poco a poco, esta estructura comenzó a desarmarse… uno por uno, los pilares comenzaron a caerse y me dejaron desnuda, frente a mí misma y teniéndome sólo a mí.
Me sentía como una guitarra descuadrada, sin brillo, desafinada, difícil de pulsar. Imposible de armonizar.

(Fue en esa época en que se me apagó la voz, además).

Allí fue cuando supe por qué estaba aquí.
Era el momento.
Y fue cuando decidí comenzar a romper con lo que quedaba de esa antigua “yo”: renuncié a mi “buen” trabajo, terminé mi relación “estable” y comencé a explorar esta vida que, dentro de mi estructura, no podía ver. Esa vida hermosa que se abría ante mis ojos.

(Gracias a todos quienes me alentaron a desordenarme.  En este grupo hubo varios que ayudaron, a ellos, especialmente, muchas gracias).

Todo partió cuando comencé a escribir el ensayo.
Han sido dos años de eso.

Y ahora, que las cosas ya no son “un ensayo”, y que pasó mucha más agua bajo el puente, siento que nuevamente estoy calibrándome, poco a poco, comenzando a dar notas más dulces, más sintonizada conmigo misma.

Incluso, escribo más la palabra “siento” que “creo” o “pienso” (siempre quise cambiar eso).

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Siempre supe que si quería estudiar algo, al salir de la Universidad, tenía que ser algo que no fuera sólo un programa académico, sino algo que cambiara mi vida y me permitiera hacer cosas importantes. Importantes para mí  y para quienes me rodearan.
Y siento que no me equivoqué.
Decidí bien.
Es cierto, no todos los profesores fueron de mi gusto, no siempre me llevé bien con todos (y aquí es donde debo asumir todo lo que me corresponde por los episodios que pudieran no haber sido tan agradables), muchas veces estudiar se me hizo insostenible, muchas veces coincidió con mi trabajo, con cumpleaños, con bautizos, nacimientos, viajes… y en todas esas oportunidades, pensaba: “¡A mí se me ocurre ponerme a estudiar!”…

Y ahora pienso en eso, y me da un poco de risa.
Porque pienso que una de las cosas que aprendí en este proceso fue, precisamente, que no todo era tan grave como yo pensaba.

Si tuviera que listar las cosas que aprendí no podría, pero tengo un par de frases que quizá intentan resumir:

-   No todo es lo que parece
-   Siempre tendré que chequear aquello que sospecho
-   “Esto habrá sucedido una vez… ¿o es algo que se repite en distintos momentos?”
-   “¡No soltar el foco!”

Pero lo que aprendí y que quizá es lo más importante, al menos para mí… es que, no importa la mirada que elija, ni la forma de trabajar que tenga… la familia es la palabra clave. Sea cual sea, en cualquiera de sus formas, colores y matices.
LA FAMILIA.
Las que estudiamos, las que conocemos.
En la que nacemos.
La que formamos (o formaremos).

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“Al final del viaje está el horizonte,
al final del viaje partiremos de nuevo,
al final del viaje comienza un camino,
otro buen camino que seguir
descalzos contando la arena…”
S. Rodríguez.-

El inicio del camino... lleno de nombres

Hace varios años, casi 4 para ser más precisa, decidí iniciar un camino diferente como profesional: el camino de la Terapia familiar. En ese espacio, escribí  esto, como parte de mi proceso de formación (por lo mismo,  no está intervenido desde su redacción y podrá encontrar las citas de las cuales extraje la información, muy pedagógicamente, jeje). Quise compartirlo ahora, que me encuentro finalizando mi proceso, para hacer un recuento de este fragmento de mi historia.

Aquí, las divagaciones de esa oportunidad.


Antofagasta, 15 de Diciembre de 2010.-

Cuando comencé a pensar en este ensayo, antes siquiera de comenzar a escribir estas líneas, lo primero que hice fue pensar en qué cosas quería yo entregar como terapeuta a quienes recurrieran a mí, pero esto me hizo retroceder hacia otra dirección: ¿Qué es lo que entendía como familia, qué cosas me parecían esenciales y en qué me fijaría para hablar de terapia familiar?

Lo primero es lo primero: provengo de una familia particular. Para empezar, mis padres se separaron cuando tenía yo 5 años, siendo hija única. Ellos provenían de dos familias bastante diferentes, donde la familia de mi madre siempre fue bastante “aglutinada” y no existía realmente la privacidad ni la posibilidad de establecer muchos límites; en cambio, en la familia de mi padre sucedía lo opuesto: cada pequeña familia del clan era un universo independiente, que se constelaba con los otros en las ocasiones ilustres, como el cumpleaños del patriarca o las fiestas de fin de año. Así, nos encontrábamos en encrucijadas importantes llegadas las mentadas fechas, dado que las familias de origen de mi padre y de mi madre nos querían allí con ellos. Luego, al separarse, me tocó acomodarme a estas dos lógicas cada vez que viajaba a verlos: una familia extremadamente aglutinada y con límites permeables y otra con límites rígidos, pero desligada en lo cotidiano.

En ese contexto y, al crecer, me fui dando cuenta de que las “familias” tenían muchas formas y no sólo aquella que me habían mostrado históricamente, por ejemplo, en el caso de las mías, sucedían varias cosas: por una parte, las lealtades dentro de mi familia han tenido un impacto sumamente importante, al punto de que muchos secretos no han sido nunca hablados en una mesa, ya que existe el grupo de los “adultos” y el grupo de los “pequeños” (que actualmente están en la adolescencia). Daré un ejemplo: mencioné ya que soy hija única, pero tengo  dos primas menores que son como mis hermanas. Cuando las  tres debíamos cursar la educación superior, habían muchas expectativas (y bastante claras) respecto a qué tipo de profesionales debíamos ser: abogada, médico y kinesióloga. E hicieron todo el esfuerzo porque nosotras también quisiéramos. De más está decir que yo no cumplí el primer mandato, lo cual generó rencillas en mi familia materna durante muchos años. Cuando la segunda de nosotras estaba por entrar a la universidad, resultó que ella no quería ser médico, sino obstetra. Fui culpada de su “traición”, dado que, como ya había yo desobedecido el mandato familiar, no podía ser otra quien instruyera a la siguiente… esto resultó en una larga disputa, de muchos años, hasta que comenzaran a respetar lo que hoy somos  y hacemos. (De paso, diré que la tercera también desobedeció… hoy es profesora). Desde esa época es que somos muy unidas, más incluso que antes. Wynne (en Boszormeyi-Nagy y Spark, 1983) definió la alineación como “la percepción o experiencia de dos o más personas unidas en un esfuerzo, interés, actitud o serie de valores comunes, y que, en ese sector de su experiencia, alientan sentimientos positivos una hacia la otra”[1]. Esto, como lo que sucede en mi familia, le sucede en bastantes casos de familias que he tenido la oportunidad de conocer. Episodios (y, por cierto, integrantes) en la historia de estas familias han transgredido el código normativo de las mismas y han generado múltiples problemáticas, relacionadas con la frustración.
Ése fue mi primer foco al pensar en un espacio familiar.

Comenté recién que creía que en las familias sucedían varias cosas. La primera la he nombrado aludiendo a mi propia historia. El segundo elemento llegó con mi ex-pareja. Él, al igual que mi madre, proviene de una familia muy aglutinada, donde el desmarcarse de los límites impuestos por los “mayores” tiene altas penas, como el silencio o la culpabilización. Pero en el caso de él, a diferencia del mío, los códigos se hicieron explícitos y tan serio fue esto que, durante la última mitad de nuestra relación, mostró serios problemas para comprometerse conmigo, no sólo a nivel emocional sino también de proyección en el tiempo. A propósito de eso, Boszormeyi-Nagy y Spark escriben “Muchas personas casadas descubren su incapacidad para forjar vínculos de lealtad con sus cónyuges sólo después que ha desaparecido la atracción sexual. Quizá se requiera el tratamiento de toda la familia para enfrentar en plenitud el grado de compromisos invisibles que siguen manteniendo hacia sus familias de origen”[2]. Descubrir esto me llevó a pensar si es que este tipo de conductas se habrían producido antes en esta familia, por lo que indagué. Y sí, habían ocurrido. La madre de mi ex – pareja se hace cargo económicamente de su hermano, su madre e incluso de un hermanastro, viviendo todos en la misma casa, porque se siente completamente responsable de ellos, aun cuando, en su juventud, no recibió ella ese trato. Cuando lo vi, no pude evitar pensar en Andolfi y en el caso de “Lisa”[3], aquella mujer que, en medio de una red intergeneracional, demandaba el afecto de su hija, el que no había encontrado en la relación con su madre.
Ése fue el segundo elemento.

Sentí que estas dos cosas, que tanto marcaron mi vida, formaron parte de la motivación por estudiar la Terapia Familiar, por lo que, mis objetivos al abordar la terapia debían tener al menos algo que ver con ellos, es decir, sobre cómo llegar a esos elementos tan incidentes en la historia evolutiva de las familias. Por una parte, conocer el rol de los méritos y las culpas dentro del sistema familiar y cómo eso condiciona la forma en que seguimos generando nuevos sistemas relacionales, además de cómo las lealtades que sostenemos en el tiempo, ya sean verticales u horizontales, inciden en nuestra vida. Por otra parte, conocer e intentar comprender como una red intergeneracional puede dejar “atrapados” a sus miembros.  En los casos que he tenido la oportunidad de conocer, un gran problema que las familias refieren están asociado al compromiso y la incapacidad referida de cortar con lazos de pertenencia a la familia de origen.
¿La intervención? orientada a la diferenciación del sí mismo, para promover las uniones saludables, dado que, como refiere Withaker y Keith[4] “no es posible unirse en forma más satisfactoria si primero uno no se ha separado de un esquema de relación en el que cada uno de los participantes  no está en condiciones de reconocer su propio espacio personal”.  

En otro punto de la reflexión, comencé a pensar en cuáles serían los enfoques que más sentido hicieron en mí durante este primer año de estudio. Lo discutí con algunos de mis colegas y también con algunos de mis compañeros. Con todos ellos pude encontrar puntos de confluencia con respecto a las preferencias. Y aunque todos los enfoques tienen al menos algún elemento que me pareció destacable, luego de mucho pensar, decidí que los enfoques que más cosas movilizaron en mí y que más han servido en mi experiencia desde que los conocí fueron el Estructural, el de la Escuela De Roma y el Transgeneracional. Ya he tocado algunos de sus puntos cuando describí por qué quería estudiar Terapia Familiar, pero quisiera centrarme en algunas técnicas que he tenido la posibilidad de utilizar tanto en mi trabajo institucional (que es al que más horas dedico en la semana) como en la práctica privada. Estas técnicas vinieron desde el enfoque Estructural, más concretamente de Salvador Minuchin y de su Enfoque de cuatro pasos para el trabajo con familias[5]: me resulta interesante la posibilidad de transformar un problema que es presentado como individual en uno familiar, lo que abre múltiples posibilidades de intervención, hasta que el síntoma pierda su toxicidad. Por otra parte, la posibilidad de indagar en las conductas que mantienen el problema del paciente índice dentro de la familia sin generar resistencia dentro del sistema familiar es todo un arte. Minuchin emplea técnicas realmente notables, como unas que pude registrar desde una consultoría realizada por él, en la que convoca a los hombres de una familia a colaborar con su madre, que es la que se lleva todo el peso de las labores domésticas y de contención emocional, diciendo algo así: “¿Cómo ayudamos a esta madre a que, en vez de ser una santa, sea una reina?” o cuando les señala a los padres lo que podría suceder si las conductas se mantienen refiriéndose al “peligro de ser como tú: una mujer abnegada, madre de gran corazón”. En un momento, toma algunos elementos del pasado de la familia, para aportar al entendimiento de la situación en la que se encuentran ahora, uniendo algunas pautas transgeneracionales, que la familia puede ver en ese momento. Y finalmente, colabora con la familia para buscar soluciones alternativas. En este sentido, su principal aporte, desde mi punto de vista, tiene que ver con la provocación y el cuestionamiento de las estructuras, síntomas y creencias que la familia trae a terapia.
  
Me interesa relevar, finalmente, un aspecto sumamente importante en la Terapia, ya sea individual, de pareja o familiar: es imposible olvidar las particularidades de las familias con las que trabajamos en esta región: familias donde el padre pasa mucho tiempo fuera del hogar y la madre es quien debe asumir completamente los roles de contención emocional y de organización del hogar. Esto implica también el establecimiento de normas, límites y del rol que cada uno de los miembros de la familia tiene dentro de ella. Esto supone una complicación cuando el integrante que “vuelve” intenta modificar esta estructura, basado en la autoridad que su rol nominal le da dentro de la familia, pero que está desvalorizado en la escala funcional que la familia ha desarrollado (generalmente, basada en lo cotidiano). Éste es uno de los principales problemas que las familias vinculadas al sistema minero presentan. Tener esto en cuenta,  resulta de gran ayuda en tanto se pone atención a un elemento contextual (y económico, por cierto) que define a estas familias.

Lo anterior, sumado a lo que he expuesto a lo largo de esta divagación, pretende ser, a lo menos, un inicio del enfoque que pretendo establecer en Terapia y que pienso enriquecer en la medida en que la experiencia requiera la intervención de distintos modelos y técnicas que son, según he presentado, una especie de reflejo de mi propia historia y de mis motivaciones para iniciar este camino de la mano de la Terapia Familiar.



[1] Boszormeyi-Nagy, Spark. Lealtades Invisibles. (pág. 55). Amorrortu, 1983.

[2] Boszormeyi-Nagy, Spark. Lealtades Invisibles. (pág. 67). Amorrortu, 1983.
[3] Andolfi, M.,  Angelo, C. Tiempo y mito en psicoterapia familiar. Cap. 2 Triángulos y redes intergeneracionales (pág. 41). Edit. Paidós. 1989.
[4] Andolfi, M.,  Angelo, C. Tiempo y mito en psicoterapia familiar. Cap. 2 Triángulos y redes intergeneracionales (pág. 45). Edit. Paidós. 1989
[5] Extraído de Minuchin, S., Nichols, P. y Lee, W. Assesing families and couples. Cap. 1 Introduction: a four-step model for assessing families and couples. Edit. Pearson.

Monday, August 05, 2013

Undecided

De nuevo, sólo quería compartir.. es que hace tanto que no compartía contigo, en este espacio, de las divagaciones!! Quería tanto volver a escribir..

o tal vez no?


La visceralidad es un tema.
Y me encuentro con ella en el cotidiano devenir, muchísimas veces sin caer en cuenta sobre la fuerza movilizadora que tiene.
Porque.. de eso se trata... ¿o no? de no-pensarlo.
La visceralidad, entendida como un acto primario emanado de lo más profundo de la sensorialidad, tiene esa cualidad única de permitirnos entrar en lo más recóndito de los deseos, ésos que en lo rutinario quedan relegados a los últimos espacios de nuestra animalidad. Esa condición primitiva, completamente desprovista de racionalidad y concepto, ésa que arrastra de vuelta a la niñez, ésa que buscamos desesperadamente por medio de vías sintéticas, ajenas al cuerpo, pero que devuelven por un rato al espacio de las sensaciones... y de nada salvo eso... Esa visceralidad se convierte, a veces, en la búsqueda que nos toma la existencia entera.

Me he hallado, en un punto de la vida, con la ineludible encrucijada entre lo dictado por la convención, el decoro y la parsimonia y lo engendrado desde el fuego, desde la necesidad inconfundible del cuerpo. De ésa, la de hace no mucho.

Hasta ahora, lo racional, el mandato del cerebro.

Hasta ahora.

Encuentro, sin embargo, la -terrible- necesidad de conectarme con la tripa, de recorrer el sendero rumbo a lo intenso. Surge como un temporal, removiendo los cimientos, carcomiendo las bases, el territorio conocido.... envolviendo en una madeja inextricable de nervios, exhalaciones, sin espacio para los avances de las ideas...
Y el piso cediendo... 


No sé, me dieron ganas de compartirlo. 
Quizá, de pura envidia hacia la Sara.


Instrucciones para cantar

(A propósito de la conversación de hoy en la mañana, recordé)

Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. 
Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.

-Julio Cortázar

El Breve Amor

Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,

me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en el espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente,

para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo...

¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos?


- Julio Cortázar